No hace mucho escuché un pequeño coro masculino con acompañamiento de piano. El conjunto sonaba muy bien por tratarse de personas que no eran profesionales. En particular el pianista era realmente muy buen ejecutante. De pronto, en medio de una canción que dejaba una gran calidez en quienes escuchábamos, pude percibir una disonancia producto de un dedo apenas corrido de la posición que debía ocupar sobre el teclado.
Sin embargo, ese contratiempo no quitó mérito al total de la presentación que, con expresividad notable, transmitía la fuerza de la pasión de lo que se estaba haciendo.
Con los años de actividad relacionada con la grabación y edición en video de espectáculos líricos, he desarrollado una percepción especial para “atrapar al vuelo” esa clase de errores visuales o auditivos.
Como un hecho anecdótico, mirando algunas películas he descubierto a primera vista errores de producción o de edición y lo que es una ventaja para mi trabajo se transforma en un fastidio a la hora del ocio ya que algunas veces me he descubierto haciendo un recuento de errores en lugar de disfrutar del espectáculo. Y como normalmente solo yo los veo, cuando hago mención de alguno los demás terminan tratándome de “marciano”.
Al prestar demasiada atención a los errores ajenos nos privamos de disfrutar todo lo bueno que los demás tienen para darnos.
Si bien es cierto que se nos manda a ser perfectos “como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”, el Señor sabe que a lo largo de la vida tendremos errores y entonces nos insta a hacer el esfuerzo para no cometerlos, con lo cual queda muy claro que lo que está diciéndonos es que el trabajo es nuestro y que esa responsabilidad es parte de nuestro progreso.
Cuando nos resistimos a reconocer nuestras propias falencias con un carácter contaminado de orgullo, entonces la reprimenda nos trata de “hipócritas” al mirar la paja en el ojo ajeno pero a ignorar la viga en el propio. De modo que ese no es el camino, o al menos no es un camino que nos conduzca a Su presencia.
Una de las cosas que podemos tener por seguras es que se nos podrían llegar a disculpar las “disonancias” que no afecten al conjunto de nuestra presentación, ya que después de todo es sabido que en este estadio no alcanzamos la perfección; pero así como un artista no puede falsear lo que es frente al público, tampoco podremos presentarnos como lo que no somos ante el Señor porque es harto sabido que no podemos dar lo que no tenemos y nuestros hechos finalmente hablarán por sí mismos.
Pensando en estas cosas --expresadas en vos alta-- llego a la conclusión que en lugar de constituirme en un crítico fracasado como intérprete, mejor meto “violín en bolsa” y me retiro a practicar concienzudamente “mi parte”. Seguramente no será perfecta, pero sé que lo que el Señor espera, es que muestre diligencia y sea digna.
Por Alfredo Cascallares
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